Los huevos de Pascua y los conejos.
La tradición de los huevos de pascua surge de los antiguos egipcios, quienes en ocasiones muy especiales, regalaban huevos que eran decorados por ellos mismos con pintura, la cual obtenían de las plantas. El mejor regalo, resultaba ser el huevo que estuviera mejor pintado, el que era puesto como adorno en las casas.
Según cuenta la historia, cuando Jesús se fue al cielo después de resucitar, los cristianos establecieron la Cuaresma – cuarenta días antes de la fiesta de Pascua – como la fecha en la que los cristianos debían hacer sacrificios para limpiar su alma. ¿Cuál fue el sacrificio? No comer huevos durante la Cuaresma.
Cuando llegaba el día de Pascua, todo el mundo se ponía muy contento, pues salían de sus casas con canastas llenas de huevos para regalar a los cristianos. Con ello, recordaban que estaban festejando la Pascua de Resurrección. Es desde ese entonces que los huevos de pascua se regalan para recordar que Jesús resucitó. Posterior a ello, fueron surgiendo nuevas ideas en torno a los huevos, como por ejemplo hacerlos de chocolate, los mismos que se regalan hoy en día. ¿Qué tiene que ver el Conejo en todo esto? Historia aparte merece el señor conejo, animalito que supuestamente ocupó una parte importante de la historia cuando Jesús resucitó. Su historia se remonta a las antiguas fiestas anglosajonas pre-cristianas. El conejo era considerado un símbolo de la fertilidad asociado a la diosa Eastre, a quien se le dedicaba el mes de abril. Con el pasar de los años, la imagen del conejo se fue incluyendo a la Semana Santa. Fue a partir del siglo XIX, que se empezaron a fabricar muñecos de chocolate y azúcar en Alemania. En cuanto al conejo, cuando el cuerpo de Jesús fue encerrado en su cueva, no estaba solo. Había un conejo escondido que, muy asustado, veía como la gente lloraba triste. El conejo no sabía por qué todas las personas lloraban por aquel hombre que acababa de ser muerto y encerrado. Este animalito pasó mucho rato viéndolo. Pasó todo un día y toda una noche. De pronto, el conejo vio algo sorprendente: Jesús se levantó y dobló las sábanas con las que lo habían envuelto. Un ángel quitó la piedra que tapaba la entrada y Jesús salió de la cueva ¡más vivo que nunca! El conejo comprendió que era Jesús, el Hijo de Dios y decidió que tenía que avisar al mundo y a todas las personas que lloraban, que ya no tenían que estar tristes porque Jesús había resucitado. Como los conejos no pueden hablar, se le ocurrió que si les llevaba un huevo pintado, ellos entenderían el mensaje de vida y alegría y así lo hizo. Desde entonces, cuenta la leyenda, el conejo sale cada Domingo de Pascua a dejar huevos de colores en todas las casas para recordarle al mundo que Jesús resucitó y hay que vivir alegres. Por Claudio Rojas Araya, corresponsal El Observatodo |
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