Yo paro.
YO PARO
Porque se lo debo a Clara Campoamor, que se enfrentó a sus compañeros de partido por defender mi derecho al voto y vio como su carrera política hacía aguas para que yo pudiera votar. Gracias, Clara. Yo no pongo en juego mi carrera, pero quiero seguir luchando como tú.
Porque se lo debo a mi madre, que dejó de estudiar para ayudar en su casa porque, total, ella se casaría y encontraría un hombre que la mantuviera a ella y a sus hijos, no necesitaba tener estudios; pero se encargó de que yo tuviera la oportunidad que ella no tuvo. Gracias, mamá.
Porque se lo debo a las feministas que lucharon para que en 1961 se aprobara la Ley de Derechos Políticos Profesionales y Laborales de la Mujer. Gracias, compañeras.
Porque se lo debo a las 146 mujeres que murieron calcinadas en una fábrica textil de Nueva York mientras luchaban por mis derechos laborales. Ojalá no tuviera que daros las gracias.
Porque se lo debo a las feministas que consiguieron en 1981 (yo ya había nacido) que las mujeres dejáramos de necesitar el permiso de nuestro padre o marido para poder trabajar, abrir una cuenta en el banco o sacarnos el carnet de conducir (entre otras tantas cosas). Gracias a vosotras yo hoy trabajo, tengo una cuenta en el banco y conduzco, sin permiso de ningún hombre.
Porque se lo debo a Olympe de Gouges, que escribió la Declaración de derechos de la mujer y la ciudadana para exigir que los derechos logrados con la Revolución Francesa se hicieran extensibles a las mujeres; y murió en la guillotina por ello. Gracias, Olympe. Yo no voy a jugarme la vida, pero quiero honrar tu lucha.
Porque se lo debo a las feministas que secundaron la huelga de 1975 en Islandia con la idea de demostrar que si las mujeres no acudían a trabajar, no cuidaban a sus hijos y no hacían tareas domésticas el país no podía funcionar. Se calcula que hasta el 90% de las mujeres islandesas secundó la huelga. Cinco años después, en 1980, Vigdis Finnbogadóttir, una de las manifestantes, se convirtió en la primera jefa de estado del mundo elegida democráticamente. Gracias compañeras, por demostrar que la lucha sí sirve, siempre sirve.
Porque se lo debo a todas ellas, el 8 de marzo, yo paro. La pérdida de una pequeña parte de mi sueldo es poca cosa comparado con lo que muchas de vosotras entregasteis para regalarme los derechos que hoy gozo. Pero permitidme que, a pesar de lo importante de vuestra lucha, yo le dedique la mía a otras mujeres.
Porque el 8 de marzo yo paro porque se lo debo, sobre todo, a mi hija y a las hijas de todas las mujeres del mundo. Porque espero que algún día, dentro de unos años, nuestras hijas escriban artículos agradeciendo que las mujeres de hoy conseguimos que ellas cobraran lo mismo que los hombres, que tuvieran acceso a puestos de responsabilidad sin condicionamientos relacionados con su vida familiar, que la violencia machista dejara de matar a miles de mujeres en el mundo... y que les parezca mentira que todo esto sucediera cuando ellas eran pequeñas.
Perdóname, hija, si mereces un mundo mejor que el que te verá crecer. Pero si no sirve de nada, incluso entonces, servirá para enseñarte desde el ejemplo que ante la injusticia siempre, siempre, merece la pena luchar.
Silvia Guijarro.
Madre, maestra y mujer.
Porque se lo debo a Clara Campoamor, que se enfrentó a sus compañeros de partido por defender mi derecho al voto y vio como su carrera política hacía aguas para que yo pudiera votar. Gracias, Clara. Yo no pongo en juego mi carrera, pero quiero seguir luchando como tú.
Porque se lo debo a mi madre, que dejó de estudiar para ayudar en su casa porque, total, ella se casaría y encontraría un hombre que la mantuviera a ella y a sus hijos, no necesitaba tener estudios; pero se encargó de que yo tuviera la oportunidad que ella no tuvo. Gracias, mamá.
Porque se lo debo a las feministas que lucharon para que en 1961 se aprobara la Ley de Derechos Políticos Profesionales y Laborales de la Mujer. Gracias, compañeras.
Porque se lo debo a las 146 mujeres que murieron calcinadas en una fábrica textil de Nueva York mientras luchaban por mis derechos laborales. Ojalá no tuviera que daros las gracias.
Porque se lo debo a las feministas que consiguieron en 1981 (yo ya había nacido) que las mujeres dejáramos de necesitar el permiso de nuestro padre o marido para poder trabajar, abrir una cuenta en el banco o sacarnos el carnet de conducir (entre otras tantas cosas). Gracias a vosotras yo hoy trabajo, tengo una cuenta en el banco y conduzco, sin permiso de ningún hombre.
Porque se lo debo a Olympe de Gouges, que escribió la Declaración de derechos de la mujer y la ciudadana para exigir que los derechos logrados con la Revolución Francesa se hicieran extensibles a las mujeres; y murió en la guillotina por ello. Gracias, Olympe. Yo no voy a jugarme la vida, pero quiero honrar tu lucha.
Porque se lo debo a las feministas que secundaron la huelga de 1975 en Islandia con la idea de demostrar que si las mujeres no acudían a trabajar, no cuidaban a sus hijos y no hacían tareas domésticas el país no podía funcionar. Se calcula que hasta el 90% de las mujeres islandesas secundó la huelga. Cinco años después, en 1980, Vigdis Finnbogadóttir, una de las manifestantes, se convirtió en la primera jefa de estado del mundo elegida democráticamente. Gracias compañeras, por demostrar que la lucha sí sirve, siempre sirve.
Porque se lo debo a todas ellas, el 8 de marzo, yo paro. La pérdida de una pequeña parte de mi sueldo es poca cosa comparado con lo que muchas de vosotras entregasteis para regalarme los derechos que hoy gozo. Pero permitidme que, a pesar de lo importante de vuestra lucha, yo le dedique la mía a otras mujeres.
Porque el 8 de marzo yo paro porque se lo debo, sobre todo, a mi hija y a las hijas de todas las mujeres del mundo. Porque espero que algún día, dentro de unos años, nuestras hijas escriban artículos agradeciendo que las mujeres de hoy conseguimos que ellas cobraran lo mismo que los hombres, que tuvieran acceso a puestos de responsabilidad sin condicionamientos relacionados con su vida familiar, que la violencia machista dejara de matar a miles de mujeres en el mundo... y que les parezca mentira que todo esto sucediera cuando ellas eran pequeñas.
Perdóname, hija, si mereces un mundo mejor que el que te verá crecer. Pero si no sirve de nada, incluso entonces, servirá para enseñarte desde el ejemplo que ante la injusticia siempre, siempre, merece la pena luchar.
Silvia Guijarro.
Madre, maestra y mujer.
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