La belleza está en el interior.



“Desde que tengo uso de razón, ojos en la cara y espejos en casa, siempre les he tenido una profunda envidia a los guapos. Los guapos, esa raza de semidioses injusta y aleatoriamente mejor acabada por la Madre Naturaleza y casi siempre peor vestida que la madre que los parió. Los guapos, envoltorios perfectos que de vez en cuando, y sólo de vez en cuando, son guapos también por dentro, para acabar de rematar la desgracia del resto de nosotros, feos, mortales, mellados y cejijuntos en general.

La verdad es que siempre comprendí que los guapos fuesen idiotas. Para qué molestarse y hacer el esfuerzo de ser otra cosa, si total con sólo fardar de epidermis ya lo tienes casi todo ganado. Atraer al sexo interesante (lo de opuesto ya como que no, y menos cuando hablamos de guapos) era una función que ya les venía de serie, como el santo al cielo, el culo al aire o el bolsillo al político. Surgió solo, jamás hubo que forzarlo.

Al resto, en cambio, resultar atractivos para alguien, aunque ese alguien no lo fuese, siempre nos costó tener que adquirir algún extra a base de horas, esfuerzo y dedicación.

La de barras de bar a las que saqué brillo con mis propios codos mientras hacía ver que esperaba a alguien, consultando mi reloj con fingida impaciencia después de cada sorbo. La de veces que creí que me sonreían a mí cuando en realidad estaban saludando al de atrás. La de veces que respondí un sugerente “cuéntame” a un “perdona”, para después tener que escuchar “¿está ocupada esta silla?”. La de estrofas y versos que improvisé al oído de una camarera que acto seguido me preguntaba si lo quería con tónica. La de madrugadas de sábado finiquitadas no por una balada ni por un beso, sino por el ruido de hielos rodando por un vaso de tubo y estrellándose sobre mi piñata seca.

Experiencias religiosas que jamás conocerá un guapo. Hala, que se joda. Haber nacido del montón.

Risto Mejide

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