La princesa.


“La princesa más feliz de todos los reinos no tenía un príncipe de colores, se tenía a sí misma. Y además, tenía un espejo, espejito, aunque no era mágico, sino corriente. Pero cada mañana empezaba el día mirándose en su espejo y pronunciando este conjuro infalible: «Buenos días, princesa, ¿qué puedo hacer hoy para hacerte feliz?». Y así, cada mañana, la princesa (que tal vez no era princesa) convertía su vida en un cuento de hadas”.

—Irela Perea





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